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El Misticismo en Koek Koek
Un lugar común es algo muy útil: ayuda a salir del paso cuando no sabemos qué decir, y también ayuda a decir algo que todos acepten cuando tenemos que salir del paso. Pero un lugar común puede ser también algo muy erróneo. Se ha dicho con frecuencia -demasiada frecuencia- del "misticismo" de Koek, que es inducido o afectado, artificial y subjetivo, en el peor de los casos "delirio místico", en el mejor "heterodoxo". Pues no es cierto. Su misticismo es tan auténtico como sencillo, y por eso es tan auténticamente cristiano como él fue auténticamente pecador. Todo el halo creado en torno a sus debilidades humanas no tiene más relación con su "misticismo" que el de cualquier pecador "desterrado hijo de Eva, en este valle de lágrimas". Lope de Vega, que plasma en plenitud, con su increíblemente prolífica obra, los ideales de la España católica en el Siglo de Oro, tuvo una vida personal sumamente desarreglada. En cualquier sinopsis de su vida puede cotejarse que tuvo hijos de varias uniones con damas que en algún caso siguió viendo aún después de tomar las órdenes clericales. En el colmo de su angustia, en vez de autodisculparse como su coetáneo Lutero, él clama:
Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.
Que tengo que morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme
triste cosa será, pero posible.
¡Posible! ¿y río y canto y quiero holgarme?
¡Posible! ¿y tengo amor a lo visible?
¿Qué pienso? ¿qué me ocupa? ¿en qué me encanto?
¡Loco debo ser, pues no soy santo!
Verdad que en Koek acechaba amenazante la demencia, pero eso no invalida la especie, al contrario: la lógica es el último madero al que se aferra la razón que naufraga. No son tan importantes sus dichos extravagantes, pues no era el enunciado verbal su medio de expresión, sino la pintura. Al fin y al cabo Maeder, que lo conoció tan bien como pudo ser conocido, lo describió como "un hombre aparentemente despótico, omnipotente, pero en verdad humilde, profundamente humilde, y solitario y triste, tan solitario y triste como un anacoreta". Sí, el vehículo expresivo de Koek era la pintura, y en ella su "misticismo" -que en verdad es religiosidad y unción- abarca, con la claridad indudable de lo plástico:
Adoración, como en su cuadro homónimo, frente a la Eucaristía, ante el Sagrario que en su época ocupaba el lugar de honor en el centro del templo. Oración "Hacia la oración", por ejemplo, donde se expresan con claridad admirable las costumbres piadosas de la cristiandad de su época, cuando no existiendo la celebración de misas vespertinas, al caer de la tarde las personas devotas iban al rezo de las vísperas. Precisamente era la hora de "la oración", y así se expresaba: "Hacia la oración", en sentido temporal, significaba "alrededor de las 7 de la tarde". Penitencia es la motivación clara y subyacente en la mayoría de sus "procesiones", en que humildes y encumbrados se distinguen sólo por el reflejo a media luz del color de sus ropas (como sus famosos y siempre presentes cardenales), identificándose en todo lo demás, a saber, su actitud, expresión y postura, habitualmente inclinada y penitencial. Súplica, así "Promesantes", donde adivinamos a humildes hombres de campo llegados al mar, venidos de Dios sabe qué latitudes mediterráneas en cumplimiento de promesas que aseguraran el pan de sus hijos. Ahora bien, son estos precisamente los cuatro fines de la piedad cristiana, denominados respectivamente por el viejo catecismo de nuestra infancia: "latréutico", "eucarístico", "propiciatorio" e "impetratorio". ¿Qué más se puede pedir para calificar de auténtica a la religiosidad, llamada comúnmente "misticismo", de Koek? No es, claro, el misticismo de Santa Teresa, o de San Juan de la Cruz, o del Padre Pío; pero sí el de Lope o el de Saint Exupéry, claros y traslúcidos como sus defectos, que a través de su "misticismo" lloraban y purgaban. Dudoso, por lo menos, el tardío y casi megalómano misticismo de Quinquela en "Elevación", por ejemplo (donde aparece su propio rostro dibujado en el cielo con las nubes, y por duplicado). Definitivamente ficticio -considerado desde la óptica cristiana- el misticismo astrológico, cabalístico y esotérico de Xul Solar. La clara y luminosa inteligencia de Chesterton, tan admirada por Borges, distingue el verdadero místico del falso, diciendo que el primero agota la riqueza de los recursos expresivos para explicar una realidad que, cuando da por terminado su intento, permanece oscura, en tanto el segundo se esfuerza por rodear de misterio una idea que, cuando finalmente sale a la luz, resulta una perogrullada. Si nos explican los esotéricos signos de Xul Solar, su idea se descubre como un simple mensaje encriptado. Cuando espontáneamente en cambio, entendemos los signos sencillos y francos de Koek, nos queda aún intacto e impoluto el Misterio, el verdadero, engalanado en una emocionante atmósfera de belleza. La misma que persiguió con angustia toda su vida y que los cristianos confiamos que encontró al final de la misma en el Verbo -cuya Natividad ya comenzamos a pregustar-, fuente de toda Belleza, y Bondad, ... y Perdón.
Javier Bocci - Noviembre 2009