Estudio Garrido

Eventos de Arte

Naturalezas Muertas

  • Naturalezas Muertas
  • Naturaleza Muerta
  • Luz de Cardos
  • Azaleas y uvas
  • Naturaleza Muerta con peras
  • Panera de plata y medallas
Pinturas encontradas en enterramientos egipcios, murales rescatados de las ruinas de Pompeya, son algunos de los testimonios más antiguos que nos permiten afirmar que la naturaleza muerta, como género artístico, se encuentra enraizada en los albores de la historia del arte.
Tal vez sin alcanzar la jerarquía de los grandes temas históricos, religiosos o mitológicos, o de los retratos y las figuras de quienes, sucesivamente, encarnaron el poder, las naturalezas muertas atrajeron la atención de los artistas a lo largo de los tiempos. La representación en el plano del espacio plástico de objetos inanimados, frutos de la naturaleza en su mayor parte, combinados compositivamente tanto con suntuosas piezas decorativas como con modestos utensilios del menaje cotidiano, resultó siempre un válido acicate a la creatividad de los pintores.  
Estudio Garrido Abogados, a través de las obras de la colección Paideia, dedica en esta ocasión a ??La naturaleza muerta? su propuesta mensual en coincidencia con la realización de las Gallery Nights y continúa de este modo su tarea de difusión del arte argentino.
Trasladando a nuestro medio la gesta de la naturaleza muerta, a veces también llamada ??bodegón?, los artistas viajeros que dominaron el escenario en tiempos fundacionales ciñeron su producción más al paisaje y los temas costumbristas, con los que llevaron a sus públicos europeos un más directo imaginario de estas lejanas tierras. Por ello, las primeras naturalezas muertas, como manifestaciones orgánicas del género en el arte nacional las encontramos en la segunda mitad del siglo XIX. Artistas afincados en Buenos Aires, como los italianos Ignacio Manzoni y Luigi Novarese, respondieron con algunas de sus obras a una incipiente demanda, más inclinada aún al retrato. Hubo que aguardar a la llegada en 1861 del también italiano Epaminondas Chiama para consolidar este proceso. Fue este artista quien advirtió en las primeras fortunas surgidas de la creciente inmigración un vivo deseo de enriquecer sus residencias con obras de este tipo. Y así fue como los comedores de muchas de las nuevas casas que, rumbo al siglo XX, iban transformado a la aldea en ciudad, supieron de las pinturas de Chiama. En ellas, y a veces conforme el pedido de sus clientes, el artista incluía a la manera de un ??cuerno de la abundancia? diversos frutos de la naturaleza, tan pródiga en estas tierras feraces, así como aves y liebres, productos de la caza, y pescados de nuestros ríos. Más exigentes, otros clientes requerían a Chiama la introducción de elementos de clara simbología, como candeleros con velas encendidas (sabiduría), monedas de oro (riqueza), flores (vida), panes (para exorcizar el hambre), herramientas varias (trabajo), etc.
La naturaleza muerta actuaba así, en las vísperas de un nuevo siglo, como una suerte de ??exvoto? laico, que muchas veces se unía en las paredes de las residencias con las imágenes religiosas de la devoción familiar.
Avanzado el pasado siglo, este componente propiciatorio de la naturaleza muerta fue quedando en el olvido, mientras que sus cultores, al irse independizándose de encargues previos, dieron otros rumbos a sus obras.
Los artistas de la Boca, en esta muestra representados por José Luis Menghi, reflejaron en sus pinturas el universo humilde en que discurrían sus vidas, y compusieron sus obras con elementos de cotidiana modestia. Una cuchara y una cebolla les resultaron muchas veces suficientes motivos para crear pinturas de sublime clima.
Nombres como los de Adán Pedemonte, el búlgaro Iván Vasileff, Gastón Jarry, Doria Santilli, el valenciano Juan Orihuel, y la felizmente activa Lola Frexas, son algunos de los que hoy y aquí nos ofrecen en sus obras un rápido panorama de la naturaleza muerta en nuestro medio.

                                                                   Adrian Gualdoni Basualdo
                                                                        Julio de 2010


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José Américo Malanca
Arroyo serrano
Colección Paideia